sábado, 4 de diciembre de 2010

Pisando las nubes

Diciembre. Se acaba el año. La tan mentada crisis, cebándose en unos más que en otros, aleja de toda utopía, de pueriles esfuerzos fatuos, cualquier esfuerzo por salir adelante, por sobrevivir en el magma de competitividad cerril que nos cerca. La vida diaria se nos vuelve insoportable: el paro, precariedad laboral, insostenibilidades económicas, etc. Bastante tenemos con lo nuestro. De vez en cuando, los viejos güestistas contemplan nostálgicos el cristal de la ventana, y recuerdan añorantes los tiempos en que jugaron a ser dioses, a levantarse contra la cotidianeidad, a luchar contra su destino. Alguien pone la radio y suena "Run to the hills", de Iron Maiden. La sangre hierve. No somos autómatas. Hubo en tiempo en que coronábamos cumbres, en que doblegábamos con vanidad los techos más acres, en que nos creíamos águilas. La canción avanza. Asturias nevada, y nosotros en casa. "Run to the hills", repite machaconamente, casi con sorna. Sí, run to the hills. Aún somos dioses...

Amanece mientras nos levantamos febriles de entusiasmo. Volvemos al monte. Petate, bocadillo, y a los coches. Destino, una vez consensuado: el Monsacro, máximo exponente de la orografía teñida de connotaciones mágico-religiosas en la tierra astur. El termómetro marca dos grados bajo cero. No importa. aún somos dioses. Atravesamos Santolaya, y nos dirigimos, tras comprobar decepcionados la inexistencia de locales destinados al refrigerio y restauración abiertos a esas horas de la mañana, a nuestro punto de partida. Llegamos a La Collada, no sin ciertas precauciones, fruto de la tonalidad peligrosamente blanquecina de algunas curvas. Salimos del coche, golpeados por la brisa hostil que nos salpica el cutis. Cogemos la mochila y al monte.

La ruta está perfectamente marcada. Al poco, la nieve comienza a desdibujar nuestras botas, rivalizando con el barro a la hora de restar sequedad al terreno. El sendero, perfectamente nítido, sube en abrupta pendiente, al tiempo que crece la cota de nieve. Poco a poco, el camino se va volviendo más intuitivo que evidente, y por ello hay que ir comprobando dónde pisamos. Constatamos que en breve se hará necesaria la técnica de relevos, para ir abriendo camino entre el agua solidificada. Poco a poco, vencemos la ladera, mientras las polainas empiezan a evidenciar su protagonismo.



Progresivamente, una hermosísima Asturias nevada se manifiesta ante nosotros y, casi sin darnos cuenta, llegamos a la vega que alberga las dos capillas que permiten a la montaña hacer honor a su nombre: la de Santa Magdalena y la reconstruida a partir de las ruinas de un viejo templo celta de culto pagano. Frente a nosotros, una mole que tiene pinta de ser la cumbre. Algunos, viendo el perfil que está adquiriendo la jornada (la nieve casi ya por las rodillas) recurren al uso de pantalones de agua.




Retomamos la ascensión, y nuestros temores se vuelven realidad: hay mucho camino que abrir. La senda, inexistente bajo casi un metro de nieve, debió de ser en algún momento un férreo asidero para el ascenso, al que sin duda no podemos recurrir. Turnándonos y a trompicones, esquivamos depósitos de nieve y traicioneras piedras, subiendo trabajosamente. Un sol magnífico comienza a hacer acto de presencia y algo parecido a una cúspide se alza ante nosotros. Bromeando, sentenciamos que una foto extraída del Himalaya o de los Alpes no debería distar en exceso que lo que contemplamos. Al fin, coronamos una cumbre, con la desolación que comporta descubrir que el Monsacro no está a nuestros pies, sino que se presenta a unos trescientos metros a la derecha, enhiesto y desafiante.




Entre exabruptos y farfulleos descendemos algunos metros, cresteando hasta aproximarnos a la ladera con pinta de ser la definitiva. La nieve casi nos impide caminar. Más de uno se entierra hasta la cintura. El ascenso es costosísimo. Tan solo unos metros más, y la gloria. Un vértice derrumbado y un buzón de cumbres certifican nuestro triunfo. Una Asturias blanca nos rodea, en una panorámica de 360 grados. Sí, aún somos dioses... Al poco, llega el integrante de la expedición que se había quedado rezagado, haciéndonos creer que no estaba dispuesto a enfrentarse al esfuerzo final. Fotos, breve refrigerio, y lento y precavido descenso.



Esta vez optamos por bajar de frente, lo que merma los metros pero acrecienta las dificultades. Resbalones y mojaduras. Conatos de pies retorcidos. Al fin alcanzamos de nuevo la vega, y descendemos por el camino, esta vez ya con muy poca dificultad, una vez que la ruta ha sido pisoteada por los montañeros que nos sucedieron en el ascenso.



Ya en el coche, y como es tradición, remojamos nuestro triunfo en un bar de Santa Eulalia, de cómplice nombre: La Güestia. Regreso a Oviedo, y fraternal despedida...



Sí, aún jugamos a tentar a la muerte, aún contemplamos, en la distancia, las cumbres con la ambición de quien solo camina alentado por el triunfo de la superación personal. Sí, aún luchamos contra los elementos, soñando con alcanzar esas deseadas cumbres, como dice otra célebre canción del más famoso de los grupos metal británicos, "Where eagles dare". Sí, aún somos dioses...

P.D.: a los demás, estéis o no soportando con estoicismo los inconvenientes de las reivindicaciones laborales, tranquilidad y consuelo. Habrá más...

Datos técnicos

Distancia recorrida: 7,07 km

Tiempo: 4 horas y 20 minutos





Album de fotos completo ennuestra cuenta Picasa y pequeño video en youtube desde la cumbre: