viernes, 19 de marzo de 2010

3.000 pasos de viaje subterráneo...

El espíritu humano, como la propia naturaleza, no conoce de límites y contornos precisos, nítidos y encorsetadores. Por tierra, mar y aire, los expedicionarios se han aventurado siempre a surcar, parafraseando a Truman Capote, "nuevas voces, nuevos ámbitos". La Güestia no podía ser menos. Poco a poco, la superficie cantábrica se nos va antojando menos retadora, menos abrupta, menos desconocida. Era hora ya de... descender al Averno.
El objetivo era la cueva conocida como de "El soplao", en tierras cántabras. A través del atrayente reclamo que en su página web constituía el rótulo "Visita turismo-aventura", un nutrido grupo de integrantes y simpatizantes del colectivo nos decidimos a dejarnos guiar, por una vez, por las profundidades de la orografía norteña. Para ello, parte de los expedicionarios se desplazó hasta la localidad vecina de Potes para pernoctar durante el viernes (quizás convenga recordar que la mentada cueva se encuentra a escasos kilómetros de Unquera, en la carretera de Los Tánagos y muy cerca de Rábago), mientras que el resto de los aventureros optaba por realizar el viaje por carretera en la misma mañana del sábado.
Dicho y hecho. El día 13 de marzo amaneció nublado, pero no excesivamente inquietante. El improvisado taxista recogió al resto del grupo (no excesivamente nutrido, la verdad...) en la capital asturiana a las ocho y media, encaminándose hacia tierras montañesas con un ojo puesto en la carretera y otro en el reloj (apenas dos horas nos separaban de la cita concertada). El viaje, animado por la actuación de nuestro improvisado DJ, nos permitió disfrutar de un variado repertorio de música contemporánea, destacando especialmente la selección satánica...
Justo a tiempo, el coche, a través de una zigzagueante y empinada carretera, logró llegar a las inmediaciones de El Soplao a las diez y veinticinco, comprobando en breve que el resto de los expedicionarios ya se encontraba allí, después de haber experimentado una mañana bastante menos estresante y apurada. Tras el paseo de rigor por la zona "merchandising", a las once menos cinco nos aproximamos a las instalaciones que permitían aprovisionarse con el material necesario para el descenso: mono integral modelo "chapapote", botas de goma, casco de minero y luz. Dos monitores no harían de guías durante todo el descenso. En breve nos aproximamos al túnel que permitía el acceso a la cueva. ¿Saldríamos de allí?
A lo largo de los primeros hectómetros pudimos contemplar los vestigios de la mina allí explotada, al objeto de extraer galena, fundamentalmente. Entibados con rigor, los metros se hacían sin dificultad, contemplando distintos túneles que, a modo de bocacalles, se abrían a derecha e izquierda. Al fin llegamos a la Galería Gorda, donde pudimos empezar a comprender por qué a El soplao se la denomina como "la capilla Sixtina de las cuevas": una impresionante oquedad salpicada por una miríada de imponentes y descomunales estalactitas se abría ante nuestros sorprendidos ojos, mientras escuchábamos las explicaciones de nuestros "cicerones". Algo más adelante, llegó la advertencia: a partir de allí comenzaba la ruta "de aventura". Encendimos las luces, con el corazón algo encogido ante los requiebros pedregosos que a duras penas adivinábamos ante nosotros. Comenzamos a andar, cuidando de no dar en un techo que cada vez se aproximaba más y más al suelo. Para los claustrofóbicos llegaron las primeras sensaciones de agobio, si bien no dudaron en continuar. Las galerías se sucedían: la de Los Italianos, la del Campamento (en la cual aún se conservan indicios de eventuales asentamientos de espeleólogos al objeto de evitar las molestias del tránsito al exterior para hacer noche), la de El bosque, etc. El volumen que se abría a nuestro alrededor aumentaba y disminuía de forma inverosímil, contemplando tanto grutas inmensas, pobladas hasta el delirio por estalactitas y estalagmitas, que rivalizaban en majestuosidad, como angostos pasajes de muy justo acceso. La profusión geológica llegó al punto de poder contemplar un fenómeno conocido como "excéntricas", esto es, estalactitas que desafían a las leyes de la gravedad manteniendo una horizontalidad desafiante. En ocasiones, las paredes se nos aproximaban más de lo deseado. Otras veces, era necesario recurrir a cuerdas para facilitar el tránsito entre las grutas. En cualquier caso, nada que volviera impracticable el avance. Al fin, en la última de las grutas, los guías nos pidieron un pequeño favor, al objeto de experimentar nuevas sensaciones: apagar todas las luces y guardar silencio por unos momentos. He de confesar que si alguna vez en mi vida he sabido lo que es la ceguera absoluta con los ojos abiertos fue en ese momento. Una inquietante paz exterior e interior nos invadió en esos instantes. De muy difícil reproducción para quien no haya pasado por ello. Al fin, volvió la luz, el sonido, y con ellos el regreso por el mismo camino, encontrándonos ya en la zona de fácil acceso con visitantes que nos observaban como si de auténticos selenitas se tratase. Nos desembarazamos de toda la equipación y nos fuimos a comer en las inmediaciones de Unquera, para celebrar por todo lo alto nuestras nuevas experiencias. Tras el ágape, la mayor parte de la gente optó por disfrutar hasta el domingo de la hospitalidad cántabra, mientras el cronista intentaba infructuosamente llegar a Oviedo con el tiempo suficiente como para dejar la crónica colgada en el blog. Desde aquí agradecemos la premura con la que nos atendió el servicio de restauración del estableciminiento al que acudimos para reponer fuerzas. Encomiable competencia y celeridad. En fin...
Personalmente, me quedó un regusto extraño tras la ruta. Acostumbrados a jugarnos el tipo abriendo vías en nuestras queridas cordilleras, la ruta de el Soplao sabía a cocina precocinada, a viaje a Harlem en un autobús blindado. Sin embargo, la apertura de todo un campo de sensaciones nuevas, en un contexto que nos resultaba tan ajeno volvió el sabor, si no dulce, al menos desconocido e incitante. Un plato para repetir, sin duda.
Al resto, como siempre: habrá más, tranquilos...

La expedición del "Güestia XIII", en cuarentena tras regresar con éxito a la superficie terrestre

2 comentarios:

Charlie dijo...

Jeje, por fin podemos degustar la ansiada crónica, tras una espera casi tan angustiosa como la de nuestro estimado "servicio de restauración"... :-p
Mereció la pena la experiencia subterránea, tampoco tan precocinado eh, que por momentos pusimos nuestra salida de la cueva en manos de...Nando!
Voy a colgar la foto de grupo. Por cierto, felicidades a nuestros Joses!

Pinuetu dijo...

En la foto parez que acabamos de sacar el carné de manipulador de alimentos y que tamos currando en una fábrica de conservas, aunque tovía nun se muy bien como explicar lo del casco